domingo, 18 de abril de 2010

I

La suerte no existía.
De hecho, por definición, tampoco su contrapartida; el razonamiento redentor que definió la encrucijada fue el siguiente: Uno pensó- todo evento funesto puede ser considerado (irremediablemente, importante aclaración) como un evento fortuito; tal parcialidad ocurre cuando se compara el susodicho evento (provisionalmente no fortuito) con el mismo evento pero agravado imaginariamente.
La operación inversa también es válida pero se suponía incorrecto estimar infinitamente.
Ese día, en el que se tergiversa la dualidad, uno es libre.
Por ello, la suerte no existía.


Eric Lescano, Arriba del 42, parte dos, cuento primero (I).

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